Aprender a estar atento

martes, 16 de noviembre de 2010

Lectura

Mantengo una amistosa discusión en la sala de profesores con un querido compañero y con una aún más querida compañera, sobre las maneras de leer. Para mí solo existe una posible. Si continúo con la lectura de un libro, continúo con todas las consecuencias. Acepto lo que el autor me propone sin más, intento siempre recibir, como decía C.S. Lewis, lo que el libro es en su totalidad o, bien, lo abandono definitivamente. No selecciono una parte sin leerla. Uno puede decir si algo merece la pena o no si lo ha leído, no puede descartarlo, no puede evaluarlo, sin  conocerlo. Mi compañero me asegura que a él, cuando un pasaje le aburre, no tiene escrúpulos en saltárselo. Intento hacerle entender que si no lo lee en su totalidad no puede discernir si eso, que en principio le aburre, recobrará un sentido más adelante que ni él sospecha; quizá, le digo, le reconfortará descubrir en las páginas sucesivas que ese esfuerzo esconde una satisfacción mucho mayor que ignorarlas. Pienso en la falta de paciencia, en esa selección y opinión apresurada que tenemos del mundo... y también de las lecturas...
Leo, justo hoy, en una novela que acabo de retomar (...) la literatura, el oficio, el gusto de leerla, también es, en el fondo, una cosa algo rancia y bastante artesanal, un trabajo lento y solitario que no interesa a demasiadas personas y en el que siempre tiene que haber un punto de entrega gratuita y azarosa, de devoción íntima.
No sé... no me gustaría llegar a conclusiones tan lastimosas...
De lo que sí estoy convencido es de que la lectura se parece mucho a una contemplación callada del mundo y de que ayuda a acercarse a este con una actitud más desprendida y noble.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Educación

Esta tarde de viernes saldremos a arreglar el estudio de Alicia. Quiere dedicar el tiempo libre de este próximo mes a preparar la inauguración de su estudio que será a mitad del mes de diciembre. Espero con ilusión esos días que estamos buscando desde que llegamos a vivir aquí. El encuentro vigoroso, sosegado y libre con lo creativo, tiempo para uno  pero tiempo que comparte también la simetría del espacio. Llamo a Jesús a quien hace demasiado tiempo que no vemos. Quedamos para cenar. Seguidamente hablo con Raúl para que se una. Antes de poder invitarlo nos cuenta un episodio que aunque parecido a otros que hemos leído nos deja igual de sorprendidos e irritados que si no hubiera sido tan siquiera sospechado. Quizá porque con esa exacerbación y escabrosidad no podía ser imaginado. Resulta que un amigo suyo de la infancia cuenta en su blog con vergüenza y consternación que siendo titulado en Física y habiéndose presentado a una oposición para profesor, lógicamente de su especialidad, en las Islas Baleares le han adjudicado las clases de Lengua Castellana y Literatura, y Llengua Catalana. Yo conocía algún caso de amigos que siendo titulados en Filología Española los habían llamado para impartir clases de Catalán o de Francés o de Inglés. Me parece una temeridad que le ofrezcan a una persona una asignatura en la que no es especialista. Quienes nos dedicamos a la educación, sabemos que, a pesar de estar estudiando durante 5 o 6 años una carrera, dar una clase exige un conocimiento y una claridad conceptual que ni siquiera, aunque sea imprescindible, toda esa dedicación la otorga. No quiero ni imaginar lo que debe ser impartir una materia ajena a tu área de estudio y más, cuando, como en este caso, siempre se te daba mal. La anécdota es que le preguntaron a este Físico venido a profesor de Lengua Castellana que como se escribía antigüedad. Que si con h o que sin h. Él contesta que sin h con cierta vacilación. Pensando otra vez que le preguntan que se escribe con h inicial, afirma ahora con firmeza que No. Y le recomienda al alumno que lo escriba para darse cuenta por sí mismo de que no lleva h. Cuál es su sorpresa cuando descubre que el alumno en la pizarra escribe antihuedad.
Este es un ejemplo de uno de los problemas que tiene la educación en demasiados rincones de España. Si consideramos que la educación es un ámbito clave en el progreso de una ciudadanía, como lo es. ¿Qué política están desplegando los gobiernos? ¿Qué vocación y responsabilidad tenemos el personal docente para aceptar estos puestos de trabajo?
Todo esto me inspira una profunda vergüenza y asco.
Perdón por la vehemencia. Lo he escrito de tirón.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Domingo


Segundo “domingo” de este puente que ha resultado un bálsamo para recuperar lo que más me gusta. Cenar en casa con los amigos, recibir alguna visita inesperada de uno de los mejores, desvincularse del fatigoso trabajo, leer los periódicos, escuchar música, avanzar con firmeza y constancia en los libros que leo simultáneamente y, sobre todo, recrearnos en estar atentos el uno del otro.  

miércoles, 13 de octubre de 2010

Vacaciones

Han pasado ya casi los cuatro días de vacaciones que hemos venido a pasar a Peñíscola. Hemos logrado lo que pretendíamos: salir de la casa que nos ha tenido absorbidos durante los últimos 6 meses y salir de la ciudad que ya nos asfixiaba. Ahora que llueve, que el día nos ha cerrado la posibilidad de hacer una última visita y nos obliga a quedarnos en casa, es quizá momento de hacer una pequeña recapitulación. Hemos hecho dos excursiones al norte de la provincia de Castellón y hemos descubierto un entorno que, por ignorancia, ni podíamos sospechar. Durante el primer  viaje experimento esa sensación de urbanita que hacía mucho tiempo que no sentía, entre la vergüenza y el orgullo, de sentirme fascinado por el paisaje de las montañas tupidas de vegetación. San Mateu, pueblo que se encuentra al norte de la provincia del Maestra, nos recibe con sus calles vacías e irregulares. Bajamos del coche y dirigimos nuestros pasos a un café de la plaza del pueblo entre las primeras brisas del otoño que invitan a ponerse una chaqueta. Abrimos el plano y paseamos demoradamente atendiendo a las fachadas de las casas silenciosas. Las tiendas nos ofrecen  frutas, miel, aceite, verduras de la zona y pronto, en el vagabundeo, llegamos al Palacio de Villores donde nos espera un fachada imponente de estilo renacentista. Hacemos unas fotos y compramos entre otras cosas una uva de la que picoteamos antes de abandonar el edificio. Por la tarde, visitamos Morella. Hace unos veinte años que no visitaba este lugar. Y supera con mucho lo que mi recuerdo conservaba. Es un lugar admirable en el que siento que el progreso ha respetado el pasado y ha sabido sacar partido de él. Es una ciudad preciosa a la que no me importaría venir a vivir algún día. Regresamos en coche bajo una lluvia intensa que le da más encanto al paisaje. Al día siguiente descansamos, hacemos una dulce siesta y más tarde hacemos un breve paseo por los alrededores. Cena ligera y nos vamos a la cama temprano porque a las once de la mañana siguiente llega un amigo de visita.
            El lunes está ya Raúl esperándonos en la estación y emprendemos un viaje hacia la zona de la Tinensa. El paisaje es de bosque alto, una maravilla que nos asombra y entusiasma a todos. Cada uno evoca su lugar en la memoria. A Ali y a mí Ballestar, que es el pueblo más perfecto, nos recuerda a Ionina, un lugar que en nuestra memoria de viaje juntos forma parte de nuestro Paraíso. Las casas están, prácticamente en su totalidad, restauradas, han eliminado el revestimiento de cal y pintura azul y han dejado la piedra viva. Nos fascina el mimo con el que los ciudadanos de esta pequeña localidad cuidan con un sentido global cada aspecto de sus casas y de sus calles. Después viajamos a La pobla de Benafassar. Es un pueblo menos perfecto que Ballestar, pero a mí me gusta porque me parece más vivo y familiar, un lugar en el que viven personas, no un museo. Regresamos con la suficiente energía como para acompañar a Raúl a visitar por primera vez Peñíscola. Nos acostamos pronto con el fragor de la tormenta que aún a estas horas de la tarde del día siguiente dura y que nos ha mantenido todo el día en casa. En una hora emprenderemos el regreso a casa. Ha sido un placer acabar estas minivacaciones volviendo a ver todos juntos una buena película. Parece que todos regresamos más descansados y contentos, aunque yo también extraño pasar más tiempo juntos a solas.

Hospital


Me despierto pensando que ya es la hora, que el ruido de la calle que entra por la ventana abierta a estas horas ha empezado a funcionar en mi cabeza como un despertador. El oleaje suave de los coches y autobuses, y el sonido de algunos pasos que aún no acierto a saber si suben o bajan la calle. Pero al cabo de unos segundos, al mirar el despertador que tengo en la mesilla de noche, me doy cuenta de que aún queda más de una hora para que sean las 7 y de que no me ha sacado del sueño la adquisición de los cotidiano sino un indeterminado malestar en el vientre. Me levanto sigiloso para no molestar y me dirijo al baño. De camino, descubro que tengo el vientre hinchado y que la presencia de las punzadas son más intensas cuando estoy incorporado y cuando camino. Entro en la ducha con la voluntad de imprimirle normalidad a lo que me está pasando. La mejor solución contra lo anómalo y amenazante es ignorar su presencia, conferirle una existencia fantasmagórica.  Durante el tiempo que estoy bajo el agua, sumergido en la costumbre placentera de cada mañana con el trasfondo de la radio, parece que experimento una mejoría. Continúo con toda la normalidad que soy capaz de mantener preparando el café, pero estoy más embotado y no realizo las tareas con la desenvoltura habitual. Preparo las tazas y las tostadas entre alguna queja de dolor y de rabia por el dolor que ya no se parece al malestar que me había desvelado antes de hora. Es casi hora de llamar a Alicia y me dirijo a arriba. Aunque quería despertarla con el cariño y la delicadeza de cada mañana me he dado cuenta al acercarme a oscuras de que me estaba esperando porque ya había escuchado alguna queja y porque dudo de mi propia sugestión. Le quito importancia porque no quiero que estas sensaciones confusas vayan ganando cuotas de realidad. Al cabo de unos minutos y aprovechando que Alicia está en la ducha voy a sentarme al sofá para buscar algo de alivio. Con cierta lucidez voy tomando conciencia de que el dolor me está provocando gemidos de dolor y me está obligando a doblarme sobre mí mismo, de que redobla mi impotencia y mi rabia. Harta de mi contumacia, Alicia decide que nos tenemos que ir al médico. Me convence con una razón sólida: No puedo dar clase de esta manera, ya casi no me puedo incorporar. Aun a pesar de este argumento incontrovertible, pienso que quizá estoy exagerando, que quizá no es para tanto, que mi dolencia no es apropiada para una visita a urgencias. Al final, confuso, me dejo llevar por lo que considero más práctico: si no puedo ir a trabajar, para estar mejor, debo ir a que me digan qué me pasa y a que me quiten el dolor. Una vez en el hospital tenemos la suerte de que nos atienden rápido. Nunca había sido paciente del General y en un primer momento, por las buenas noticias, los cuidados dulces de Alicia, por la amabilidad de las enfermeras y la diligencia de la médica me siento más tranquilo. Mientras los analgésicos comienzan a fluir por mi cuerpo me trasladan a una sala de espera alrededor de un mostrador azul oscuro con unos sillones bastante cómodos. La perspectiva me resulta familiar y comienzo a sentir que ese hospital empieza a despertarme recuerdos que había arrinconado en la memoria, reflexiones que he hecho a veces sobre el dolor físico, conversaciones e imágenes de mi padre. Y observo que en realidad, se parece bastante al hospital que tanto detesto y que en esta clara mañana de octubre yo podría estar en otro sitio que no fuera retorciéndome de dolor en un sillón. Nuestra felicidad pende de un hilo tan sutil que asusta imaginar cómo te puede cambiar la vida en una preciosa mañana de otoño, en un abrir y cerrar de ojos. Pienso en mi padre, en cómo pudo asumir con ese silencio estoico y elegante, a veces incluso vitalista, toda la incertidumbre y la angustia, y la desesperación por el dolor y la mutilación a lo largo de casi dos años. Pienso en cómo fue construyendo con pánico, generosidad, el esfuerzo, la desesperanza, humor auténtico y un profundo amor a la vida el mejor retrato de sí mismo. Parece extraño y encoge el ánimo pensar que se habite la verdad cuando uno se encuentra en situaciones difíciles.
Tras un par de horas de dolor intenso, los analgésicos actúan y me encuentro bastante mejor. Parece que he pasado un cólico nefrítico. Vuelvo a casa hambriento y con la vista envuelta en una nebulosa de somníferos. Por fin parece que vuelve la tranquilidad al llegar a casa y ver que todo y yo estamos en nuestro sitio. GRACIAS POR CUIDARME TAN BIEN.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Aprendiendo a estar atento

A quienes convivimos con muchas personas en un espacio pequeño, más aún si esas personas son adolescentes o jóvenes recién llegados, nos ocurren a lo largo de cada día numerosos episodios confusos e inquietantes, las más de las veces por abigarrados e incompletos, oímos palabras fuera de contexto que parecen desafíos, manifestaciones de amor que parecen evidentes y que uno se reprocha no haber percibido con anterioridad, gritos o rumores solapados sobre otros gritos y rumores de cuyo resultado podemos inferir poca información precisa. Todas esas anécdotas suelen ser arrinconadas en la conciencia para estar alerta ante las que se avecinan y para poder disfrutar, ya lejos, con silencio y lentitud de la propia vida que uno crea al margen de ese vértigo que parece que ha contemplado. Y ahora me acuerdo del pobre Funes el memorioso. Con el paso de los días, la mayor parte acabarán por ser desvanecidas por la indiferencia. Pero hay algunas que se resisten y que vuelven e incluso que nos sobresaltan, no sabe uno si porque se repiten más de lo se nos hace consciente o porque nos dejaron una impresión mucho más honda o porque algo que se nos escapa desencadena su presencia tan vívida. Descubrimos con asombro nuestro descuido e inadvertencia ante lo cotidiano. Hace unos días me di cuenta al entrar en la biblioteca, de que nosotros, los que nos dedicamos a la enseñanza, tenemos una inclinación natural a la pedantería y a la vanidad, a la exhibición poco honrada de nuestros pobres conocimientos.  Quizá es una estrategia para compensar la frustración que sentimos cada día, pero también una ventajista e injusta determinación de un patetismo casi infantil: el conocimiento como vehículo del reproche y la presunción. No hago más que acordarme de una reflexión del Juan de Mairena “Que nadie entre en nuestra escuela que no se atreva a despreciar en sí mismo tantas cosas cuantas desprecia en su vecino”.

lunes, 4 de octubre de 2010

Semanas de ausencia



Quince días y durante este fin de semana, por fin, hemos encontrado la tranquilidad que necesitábamos, la normalidad de una vida que no he podido traer aquí. Quise hablar hace algunos días de una conversación que mantuvimos con nuestro amigo Raúl, que se encuentra en un punto decisivo de su vida, de las buenas noticias que me cuenta mi hermana, de las pocas, pero cordiales visitas que hemos recibido en días atrás, de las perspectivas de un corto viaje…. De todos esos breves episodios que ahora parecen haberse dispersado en la memoria dejando sensaciones que pedirán salir de otra manera.