Aprender a estar atento

miércoles, 13 de octubre de 2010

Vacaciones

Han pasado ya casi los cuatro días de vacaciones que hemos venido a pasar a Peñíscola. Hemos logrado lo que pretendíamos: salir de la casa que nos ha tenido absorbidos durante los últimos 6 meses y salir de la ciudad que ya nos asfixiaba. Ahora que llueve, que el día nos ha cerrado la posibilidad de hacer una última visita y nos obliga a quedarnos en casa, es quizá momento de hacer una pequeña recapitulación. Hemos hecho dos excursiones al norte de la provincia de Castellón y hemos descubierto un entorno que, por ignorancia, ni podíamos sospechar. Durante el primer  viaje experimento esa sensación de urbanita que hacía mucho tiempo que no sentía, entre la vergüenza y el orgullo, de sentirme fascinado por el paisaje de las montañas tupidas de vegetación. San Mateu, pueblo que se encuentra al norte de la provincia del Maestra, nos recibe con sus calles vacías e irregulares. Bajamos del coche y dirigimos nuestros pasos a un café de la plaza del pueblo entre las primeras brisas del otoño que invitan a ponerse una chaqueta. Abrimos el plano y paseamos demoradamente atendiendo a las fachadas de las casas silenciosas. Las tiendas nos ofrecen  frutas, miel, aceite, verduras de la zona y pronto, en el vagabundeo, llegamos al Palacio de Villores donde nos espera un fachada imponente de estilo renacentista. Hacemos unas fotos y compramos entre otras cosas una uva de la que picoteamos antes de abandonar el edificio. Por la tarde, visitamos Morella. Hace unos veinte años que no visitaba este lugar. Y supera con mucho lo que mi recuerdo conservaba. Es un lugar admirable en el que siento que el progreso ha respetado el pasado y ha sabido sacar partido de él. Es una ciudad preciosa a la que no me importaría venir a vivir algún día. Regresamos en coche bajo una lluvia intensa que le da más encanto al paisaje. Al día siguiente descansamos, hacemos una dulce siesta y más tarde hacemos un breve paseo por los alrededores. Cena ligera y nos vamos a la cama temprano porque a las once de la mañana siguiente llega un amigo de visita.
            El lunes está ya Raúl esperándonos en la estación y emprendemos un viaje hacia la zona de la Tinensa. El paisaje es de bosque alto, una maravilla que nos asombra y entusiasma a todos. Cada uno evoca su lugar en la memoria. A Ali y a mí Ballestar, que es el pueblo más perfecto, nos recuerda a Ionina, un lugar que en nuestra memoria de viaje juntos forma parte de nuestro Paraíso. Las casas están, prácticamente en su totalidad, restauradas, han eliminado el revestimiento de cal y pintura azul y han dejado la piedra viva. Nos fascina el mimo con el que los ciudadanos de esta pequeña localidad cuidan con un sentido global cada aspecto de sus casas y de sus calles. Después viajamos a La pobla de Benafassar. Es un pueblo menos perfecto que Ballestar, pero a mí me gusta porque me parece más vivo y familiar, un lugar en el que viven personas, no un museo. Regresamos con la suficiente energía como para acompañar a Raúl a visitar por primera vez Peñíscola. Nos acostamos pronto con el fragor de la tormenta que aún a estas horas de la tarde del día siguiente dura y que nos ha mantenido todo el día en casa. En una hora emprenderemos el regreso a casa. Ha sido un placer acabar estas minivacaciones volviendo a ver todos juntos una buena película. Parece que todos regresamos más descansados y contentos, aunque yo también extraño pasar más tiempo juntos a solas.

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